martes, 30 de diciembre de 2014

La crítica del valor

La economía se ha apropiado de la lógica y el lenguaje de nuestro mundo. Se nos presenta como una realidad autónoma la naturaleza de la cual queda fuera de discusión. Al culto al mercado que se instauró durante el siglo XX se ha añadido la exigencia de que los estados ayuden a este mercado, es decir, que hagan de lubricante para favorecer un crecimiento más rápido. Es considerado un mal gobernante el que no actúa de esta manera.

Esta semántica, que se hace pasar por "natural" o neutra, no es nada inocente, sino que refleja y refuerza la sumisión de la vida a una parte de la realidad que se ha escindido y se nos muestra reunificada en la separación , para ser contemplada: el espectáculo. Este es el concepto introducido por Guy Debord, y que consiste en última instancia en el movimiento autónomo de la mercancía, reproduciéndose tautológicamente en una espiral de creación de valor de cambio, de producto acumulado abstracto de una actividad económica que escapa al control de aquellos que la han creado.

La crítica del valor recupera y actualiza la crítica al fetichismo de la mercancía y al devastador efecto que éste tiene en nuestro comportamiento social. Esta crítica fue introducida por Karl Marx en El Capital e influenció el pensamiento de György Lukács, Guy Debord (y toda la Internacional Situacionista) y Jean Baudrillard. Según la crítica del valor, la crisis real que vive nuestra sociedad no tiene que ver con las turbulencias y las oscilaciones cíclicas de un supuesto mecanismo imparable de "generación de valor económico". Más bien es una crisis estructural que nos sitúa en la etapa histórica que llevará al colapso del actual sistema. De hecho el capitalismo ya ha entrado en una fase terminal, en la que quedará más patente el agotamiento de su elemento central, la acumulación de valor de cambio.


La crítica del valor afirma que el capitalismo no está viviendo una fase de expansión triunfal ni constituye, en forma de democracia y economía de mercado, un estado final e insuperable de la humanidad. La revolución microelectrónica ha acelerado el agotamiento de la dinámica de acumulación del capital; agotamiento que era ya inherente a sus premisas, esto es, a la doble naturaleza del trabajo como trabajo concreto y trabajo abstracto. Sólo en recurso cada vez más masivo al "capital ficticio" de los mercados financieros ha impedido, durante los últimos decenios, que esta crisis de la economía real llegara a estallar. La crítica del valor es, como toda la teoría del valor de Marx, una teoría de la crisis; y no de una crisis cíclica de crecimiento, sino de una crisis final.

El capitalismo ya no es un sistema que oprime desde el exterior a unos sujetos humanos sustancialmente distintos del sistema mismo. Hoy en día, el capitalismo crea unos sujetos que ven en el mundo entero unos simples medios para realizar sus propios intereses. Semejante incapacidad de reconocer la autonomía del mundo exterior al Yo caracteriza, por un lado, a la filosofía moderna a partir de Descartes y de Kant; por otra parte, en la época de la "cultura del narcicismo" (Christopher Lasch), se ha convertido en un fenómeno de masas. Esta relación puramente instrumental con el mundo -con los otros seres humanos, con la naturaleza y, finalmente, con cualquier cosa dada fuera de la abstracta voluntad del Yo, empezando por el propio cuerpo de uno- ya no se puede reducir a ninguna estructura de clase social. La acción continua de los mass media y la eliminación simultánea de la realidad y de la imaginación en favor de una chata reproducción de lo existente, loa "flexibilidad" permanentemente impuesta a los individuos y la desaparición de los tradicionales horizontes de sentido, la devaluación conjunta de lo que constituía una vez la madurez de las personas y de lo que era el encanto de la niñez, reemplazados por una eterna adolescencia embrutecida, todo eso ha producido una verdadera regresión humana de grandes dimensiones, que puede calificarse de barbarie cotidiana. No faltan descripciones, a veces agudas, de esos fenómenos, pero los remedios que proponen son ineficaces o trivialmente reaccionarios (cuando se propone la simple restauración de las autoridades tradicionales). Sólo a partir de un cuestionamiento radical de la lógica de la mercancía se pueden entender las raíces profundas de tales tendencias a la deshumanización.

La mercancía y el trabajo, el dinero y la regulación estatal, la competición y el mercado: detrás de las crisis financieras que vienen repitiéndose desde hace veinte años, se perfila la crisis de todas esas categorías, las cuales -cosa que nunca se recuerda lo bastante- no forman parte de la existencia humana desde siempre ni en todas partes. Se han apoderado de la vida humana a lo largo de los últimos siglos y podrán evolucionar hacia algo diferente: algo mejor, o algo todavía peor.

El problema ya no es la "explotación" en la forma-valor, sino el trabajo abstracto mismo, esto es la utilización abstracta y empresarial del ser humano y de la naturaleza. 

Hay que liberar este mundo unificado de la forma-mercancía, conservando a la vez su nivel civilizatorio, sus fuerzas productivas y sus conocimientos. Tal es, en escuetas palabras, la próxima tarea histórica, la que ahora "toca" y que el marxismo obrero había marginado y postergado a un supuestamente lejano futuro.

http://surcalatierra.blogspot.com.es/2012/05/el-absurdo-mercado-de-los-hombres-sin.html


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