miércoles, 24 de diciembre de 2014

La abstracción del hacer en trabajo es un proceso de personificación, la creación de máscaras, la formación de la clase obrera.


La creacion del trabajo es la creación del trabajador: el trabajo no puede ser hecho si no hay un trabajador que lo haga. El trabajador, así come el trabajo, es el producto de siglos de lucha. Los seres humanos fueron forzados a adecuarse a la función que les fue impuesta por la nueva forma de socialización.

Esta adecuación a la función social que se nos impone puede ser vista como personificación. Venimos a personificar una relación social. Marx insiste en ver al capitalista y al trabajador como personificaciones del capital y del trabajo. "El capitalista funciona solamente como capital personificado, capital como una persona, así como el trabajador no es más que trabajo personificado. Ese trabajo es para él sólo esfuerzo y tortura, mientras que pertenece al capitalista como un sustancia que crea e incrementa la riqueza".

El capitalista puede ser una muy agradable persona y bueno con sus hijos pero, si no se dedica a cumplir su función como personificación del capital, maximizando sus ganancias -en última instancia maximizando la plusvalía mediante la explotación del trabajo-, perderá su negocio y cesará de ser capitalista.
Lo mismo sucede con el trabajador: si no trabaja ni obedece las órdenes del empleador, pronto perderá su empleo y dejará de ser un trabajador. Cualesquiera sean nuestras inclinaciones personales, estamos forzados a adoptar un rol, representar una personificación, ponernos una máscara.

No son sólo el trabajador y el capitalista quienes están forzados a asumir determinados roles. La abstracción del trabajo, es una separación de actividades de su contexto, la ruptura del flujo social del hacer, de modo que cada actividad adquiere una identidad particular y cada hacedor tiende a asumir la correspondiente máscara: como  maestro, estudiante, burócrata, trabajador social, guardia de seguridad, lo que sea.

Estos roles tienen una fuerza real. No son sólo una custión de elección personal, sino que nos lo impone la estructura de relaciones sociales. El maestro que no evalúe el rendimiento de sus estudiantes pronto enfrentará problemas. También el guardia de seguridad que no accione la alarma cuando se roba algo o el funcionario estatal que no participe en el proceso de exclusión intrínseco al Estado.

Las compulsiones que surgen de la estructura de las relaciones sociales a menudo las asumimos como una elección personal: queremos ser un capitalista exitoso, un burócrata eficiente, o alguna variante. Nos identificamos con nuestro papel, lo asumimos como una identidad, nos amalgamos a la máscara que nos hemos puesto en la cara. ¿Tú que eres? Un profesor universitario, un estudiante, un trabajador social.

Estas personificaciones nos limitan. En tanto que soy un maestro universitario, hago determinadas cosas, y no otras. Nuestra identidad es limitada y, también clasificable. Dentro de mis límites como profesor universitario caigo en determinada clase, la clase de los docentes universitarios. El mundo de la personificación es un mundo ordenado, un mundo que puede ser comprendido en términos funcionalistas, un mundo en que la revolución no tiene lugar.

Entonces, tenemos un problemas. ¿Cómo podemos, en un mundo en el que las personas son personificaciones de su función social, pensar en cambiar el mundo de forma radical? Si estamos atrapados en roles generados por el capitalismo, ¿cómo podemos pensar en romper el molde de las relaciones sociales, formados por estos roles? Esto toca en particular las custiones de clase y la naturaleza revolucionaria de la clase obrera. Si pensamos en la clase obrera como seres humanos que encajan dentro de determinada clasificación -como asalariados, como productores de plusvalía-, entonces, los tratamos como seres intrínsicamente limitados, como personificaciones de la posición social que ocupan, como portadores de ciertas relaciones sociales, relaciones sociales capitalistas. 

¿Cómo pueden los trabajadores, como personificaciones del trabajo, constituir una clase revolucionaria, una clase que derribará el trabajo?

Hay tres respuestas a este dilema. La primera es un argumento estructuralista que ve a la sociedad como la interacción de estas máscaras, como el antagonismo estructural de estos portadores de relaciones sociales. Los seres humanos son reducidos a lo que el capitalismo hace de ellos. Somos los sujetos creados por el capitalismo. La clase obrera es la cara variable del trabajo abstracto, el personaje generado por las cambiantes formas de organización capitalista. La única posibilidad de revolución reside, entonces, en un cambio en la estructura como un todo que conduce a un cambio en el significado de las personificaciones. De este modo una crisis del capitalismo puede conducir a un cambio en el carácter de la clase obrera que conduciría a un cambio radical.

La segunda respuesta es el argumento clásico leninista. La única manera en que podemos pensar la revolución es en términos de la intervención de una fuerza exterior, un grupo que, por una razón u otra, no está encerrado dentro de las personae del capitalismo. Es decir, necesitamos un partido revolucionario. La experiencia histórica de este tipo de revolución no es alentadora.

Una tercera respuesta consiste en , sencillamente, decir que la clase obrera no es -o ya no es más- una clase revolucionaria. La personificación intrínseca en el trabajo abstracto ha llegado al punto donde el trabajador se ha convertido en un "hombre unidimensional", de acuerdo con la frase gráfica de Marcuse. El hombre unidimensional es incapaz de una revolución, de modo que la única forma de pensar en un agente del cambio social radical es buscar en los márgenes de la sociedad.

En todas estas respuestas hay una identidad entre las  personas y la posición estructural que ocupan en la sociedad, los seres humanos están subsumidos en su máscara. La única salida sería cuestionar la fuerza de la personificación, tratar de arrancar la máscara de la cara de los que la llevan y ver si hay algo tras ella, ver  a quien la llevaba como existiendo no sólo dentro, sino también en-contra-y-más-allá de la máscara. La clase obrera, entonces, sólo puede ser considerada como revolucionaria en la medida en que existe no unicamente dentro, sino también en-contra-y-más-allá de sí misma como clase obrera, sólo en la medida en que logra arrojar su máscara, que lucha contra su propia existencia como clase trabajadora.


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